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Umber whunnnn yerrrnnn umber whunnnn fayunnnn

He pasado los días de este año consultando, —contra el pequeño resquicio de mi voluntad en el que habita mi autocrítica— regularmente, Twitter. Lo que comenzó como un atajo para ganar boletos de teatro gratis, terminó volviéndose un hábito soporífero y, como toda adicción, automático. Sobre todo, porque no tengo que pagar para ver la aplicación. Una de las razones principales es porque me permite seguir a las personas que admiro o respeto o que me llaman la atención. Es lindo ser seguidor de alguien a quien has tenido la oportunidad de ver en vivo. Es el caso del escritor mexicano contemporáneo que hace unas semanas publicó que una serie de televisión canadiense contenía ese tipo de terror que prefiere aburrir al público antes que asustarlo.

            The other lamb (2019), de la directora polaca Malgorzata Szumowska, podría entrar en esta categoría tan chusca. Ya antes había hablado del “terror elevado”, esa tendencia actual en el cine de terror de alejarse del cine de terror de la década de los ochenta y aproximarse más al cine experimental y filosófico. El género fantástico, en cualquier formato, es idóneo para crear alegorías efectivas. Quizá no siempre fue así, pero últimamente lo ha sido. Esconder un sentido profundo y revelador dentro de otro menos engorroso o de apariencia inofensiva, es muy atractivo. Quizá porque es lo que hemos estado viendo en la televisión casi desde que nacimos. Los comerciales son ese juego retórico de doble discurso ejecutado con rapidez e intensidad.

            En este largometraje se nos muestran las dinámicas de un culto de mujeres, que se hace llamar “El rebaño”, guiado por un líder masculino que le da un aire a la interpretación más aceptada, y bien vista, del rostro de Cristo. A ratos parece que la historia es un compilatorio de frases esotéricas (el argot de cualquier culto es místico poético hasta el ridículo), que a ratos suenan a lugares comunes de manipulación; para defender esta escritura, que en una segunda vista puede perder fuerza o credibilidad, la directora ha creado escenas oníricas hermosas y brillantemente creadas; escenografías irreales e inquietantes; y un ambiente de tensión que es cortado espléndidamente en dos o tres momentos del filme.

            Es cierto, no es un filme pretencioso y como tal debe ser visto: la escritora realizó su investigación basándose en algunos documentales que vio y en la premisa de que las personas que menos foco tenían en las tétricas historias de los cultos eran las mujeres y los niños, que ahora ella quería reescribir esa parte. La directora no quería hablar tanto del patriarcado y el modo en que disminuye, amedrenta y silencia a las mujeres, como de la admiración que una mujer joven puede tener por un hombre que no es tan espectacular como se pensaba. Datos, los anteriores, que cualquiera podría esgrimir como pruebas de mediocridad o falta de contenido y miras, a mí me parecen honestos y más poderosos. ¿Qué nos haría pensar que las películas, libros, cuadros que nos gustan, tienen que provenir forzosamente de horas de genialidad agotada y definitorias verdades que le fueron reveladas a los creadores y sólo a ellos?

            En realidad, no podría ser un gran fanático. Me faltan rabia y amor propio. En mi opinión estos dos factores son indispensables para entregarle tu tiempo, dinero y pensamientos a solamente algo. Me gusta mucho el género de terror, en la pintura, en el cine, en la literatura, pero no puedes ser fan de un género. Sólo puedes idolatrar a un autor, a un pintor a una banda. En caso contrario, no haces más que simular, pavonearte sobre lo que está de moda, para estar en onda. El fanatismo debe ir casado con la fidelidad. Y con el amor propio porque sólo si te valoras lo suficiente puedes saber que la autoinmolación es la mejor ofrenda. Y con la rabia porque sabes que aquello que admiras y que te enloquece, no está en esa misma posición con respecto a ti.

            La película cumple con su meta. Pone a girar todos los elementos que la componen alrededor de la belleza de las imágenes y de lo arquetípico de sus personajes. Frente a una película como The lighthouse, (2019) es más modesta en cuanto a referencias, menos ambiciosa y por ello probablemente ha dividido a su público tan extremadamente. Un bando la detesta por “simple” o por no ser suficientemente terrorífica; el otro clan, la adora por ser tan hermosa y por tener imágenes tan efectivas. La última palabra la tendrás tú cuando la hayas visto.

            El punto es que por momentos me siento defraudado por los comentarios de aquellos a los que sigo en la dicha red social. Me gustaría decirles: “No sean como yo, o como mis vecinos, o como mis amigos. Sean esos poderosos creadores y pensadores que existen en sus videos o en sus libros. No tienen derecho a ser tan burdos como yo, en ustedes está el futuro creativo del país. Háganme feliz.” Por eso no soy buen fanático: en vez de rabia tengo capricho y si tuviese más amor propio, no esperaría que ellos me hicieran feliz, que la felicidad está a la mano de aquel que se atreve a crear un culto propio.

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