Categorías
Las tramas pasadas

Arduo camino II

 Aunque quizás exista una manera amable de habitar fuera del tiempo.

            El 12 de diciembre, en el mercado, doce mujeres se congregan alrededor del altar que contiene a la virgen de Guadalupe. Le cantan con devoción “Amor eterno” de Alberto Aguilera, pero modificando la letra para exaltar las virtudes y fervores que la festejada les provoca a todas. En el imaginario popular, Juan Gabriel está allá arriba cantándole en persona su canción que la gente recuerda y canta. Y en eso consiste alcanzar al arte. Que los demás usen tus canciones para expresar y venerar aquello que aman, que te escuchen en todos los ámbitos y estratos, que lo que tuviste a bien crear sea reconocido hasta por los que no aún no tiene edad suficiente para entender de lo que hablas.

            Cuando tenía quince años, me gustaba el poema “Los amorosos” de Jaime Sabines. Así sin saberlo, sin pensar siquiera en las terribles confesiones que en él habitan. Y cuando mi papá me dijo que Sabines era uno de los amorosos, no quise creerlo, me negaba. Nadie en su sano juicio podría reconocerse como el malo del cuento, a nadie le gustaría que le crezcan serpientes en las piernas, en el cuello, tantas y tan rápido que asfixien. Aunque quizá sólo quien ha encarado a la muerte puede escribirla con tanta conciencia.  Aquel que ha perdido y encontrado el cobijo de los otros.

            Dicen los contadores y aquellos hombres de negocios, muy serios todos con sus oficinas y relojes y presupuestos, que saben siempre de lo que hablan, que Guillermo del Toro no pudo recaudar ni el cuarenta por ciento de lo que invirtió en Cronos. Esos fracasos sólo se pueden soportar entre amigos, tal vez por eso Ron Perlman se volvió tan amigo del cineasta jalisciense. Todo vórtice tiene dos fuerzas, la de entrada y la de salida. Y si esa estrecha angostura por donde uno se hunde es más breve que el ojo de una aguja, es debido a la amplitud que genera su recorrido.

            A lo largo de esa caída es donde se pule la energía, donde encuentra ese símbolo tan contrario al de la entropía.

            Y el mismo Perlman lo personifica en la segunda entrega de Hellboy, cuando cae a través de la ventana y la música se detiene. Ahí podemos, los demás, de todos los ámbitos y de todos los estratos, sentir ese vértigo extraño que al fin nos unifica y enemista con la imparable locomotora de minutos que viene a arroyarnos.

            La primera vez que mi papá escuchó con atención una canción que yo le enseñaba y que él no conocía, fueron los Caligaris. “Corazón”. Que comienza, coincidencia abrupta, con una prolongación de nota rodeada del silencio de los demás instrumentos. “Yo no seeeeeé…”. Y lo reconoció muchos años después en el pelotón de confesiones que a la postre nos dan ganas de irle soltando a los hijos cuando nos importan, cuando es grata la confianza, reconoció que cada que escuchaba esa canción se acordaba de esa escena de caída suspendida por la ventana, al abrigo de las flamas; y que cada que veía la película, recordaba la canción.

Deja un comentario